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Viernes Santo


 

 

Procesión de los Pasos

(Antigua de la Vera Cruz)

 

La noticia más antigua de la procesión que celebraba esta cofradía en los días centrales de la Semana Santa se remonta a la Bula de 1536. En ella se indica que la Vera Cruz seguntina tenía por «ynstituto y sancta y loable costumbre» ir en procesión el Viernes de la Semana Santa disciplinándose o con luminarias, celebración que se menciona dos veces. De cómo se festejaba y el recorrido de la misma, ninguna noticia nos ha llegado, aun cuando cabe suponer que se desarrollarían como en otros lugares de Castilla. De lo que no hay duda es de la celebración de otros oficios religiosos propios de estos días, realizados a instancias del Cabildo. También conocemos que, al menos, desde 1549 se desarrollaba algún acto en la Catedral, por ser esta la fecha en la que se solicitó por primera vez al Cabildo autorización para procesionar por ella.

La primera descripción de su celebración la encontramos en la quinta constitución de 1562. Según este precepto, todos los hermanos -curiosamente aparece tachado en el manuscrito hombres y mujeres- debían reunirse a las ocho de la noche del Jueves Santo o de la Cena, dentro de la catedral y en lo que era el palacio grande, es decir, en la actual parroquia de san Pedro, confesados y comulgados con el fin de «yr en estado de gracia». A tenor de los mandatos eclesiásticos de aquella época, los cofrades debían de presentar la cédula de haberlo hecho para no incurrir en las penas impuestas por la propia cofradía, castigo que se extendía a los que llegaran tarde. Los hermanos de reservo irían vestidos con sus túnicas y con hachas de cera o cirios de suficiente tamaño como para aguantar durante todo el recorrido. Los de disciplina irían vestidos con túnicas blancas de lienzo «y con disçiplina de sangre dandose en las espaldas con la mayor devoçion que pudieren».

La procesión, bajo el mando del abad, iría formada por dos coros o bandas de hermanos. Iniciaba la procesión un estandarte negro. En la cabeza, la mitad y al final se situaban tres crucifijos cuyo tamaño iba en aumento, portados por clérigos y custodiados por hachas de cera que llevarían los hermanos de reservo. El recorrido era largo y sinuoso. La procesión salía del claustro de la Catedral por la puerta de san Valero hacia la nave del Santísimo, ante quien rezarían un padrenuestro y un avemaría. Seguían por la panda del agua bendita, abandonando el recinto catedralicio por la puerta de los Perdones. Enfilaban hacia la puerta de Medina, por donde salían al campo en dirección a la puerta de san Roque, para dirigirse a la iglesia de los Huertos, donde entraban y se humillaban. Después se encaminaban hacia la ermita de san Lázaro, siempre extramuros de la ciudad, a la que regresaban por la puerta de Guadalajara. Una vez en el recinto amurallado subían hasta llegar a la Travesaña Baja, girando hacia el Portal Mayor pero sin llegar a él, por la calle de la Sinagoga y siguiendo por la Plazuela de la Travesaña Alta hasta llegar a la calle Mayor. De nuevo volvían a hacer reverencia al Santísimo en la iglesia de Santiago, donde tradicionalmente estaba expuesto. La última parte del recorrido encaminaba la procesión hacia la catedral, ingresando en ella por la puerta de la Plaza Mayor. Si a este largo recorrido se le añade la nocturnidad, el clima de antaño y el sacrificio de los disciplinantes, nos encontraríamos con un cuadro extremadamente negro, que incitaba al recogimiento y al temor por igual.

De acuerdo con las Ordenanzas de 1658 y manteniendo la tradición del siglo XVI, los hermanos debían acudir a la procesión del Jueves Santo con la cédula de haber confesado y comulgado, pues en caso contrario serían castigados como si no hubieran asistido y una libra de cera más. Para comprobar su cumplimiento y de todo lo necesario para un buen desarrollo de la procesión, las autoridades de la cofradía debían estar los primeros en el Palacio de la Catedral. El prioste y el procurador en la misma puerta de los graneros del claustro comprobarían los que entraban y sus cédulas. Los doce capellanes debían acudir con sus sobrepellices y «los hermanos de reserba con sus túnicas blancas y achas grandes y lucientes y los de disciplina con su tunica blanca descubiertas las espaldas y su açote».

 

Otra de las innovaciones recogida con posterioridad en las Ordenanzas de 1658 fue que antes de iniciarse la procesión hubiera una plática (sermón del mandato) a los hermanos por un sacerdote elegido por el abad y el prioste. El mismo Jueves Santo el prioste iría a buscar al predicador. Los hermanos estaban obligados a escuchar estas palabras en silencio y con atención «en cosa tan necesaria y esencial», de manera que si alguno comenzara a azotarse antes de que concluyera el predicador sería castigado por el abad. Terminado el sermón, se iniciaría la procesión desde la misma puerta del Palacio de la Catedral, saliendo en primer lugar el estandarte negro y «luego las demás insignias como vinieron el Domingo de Ramos», es decir, la Cruz verde, el Cristo de la columna, el Cristo de la Cruz a cuestas, el Crucifijo y la Virgen de la Soledad.

Los pasos eran conducidos por los hermanos que designare el prioste. Deberían ir con sus túnicas negras, siendo «personas que puedan llevarlos, eligiendo los mas a propósito», y ser los mismos que los subieron hasta la Catedral el Domingo de Ramos: seis para el Cristo de la Columna, doce hermanos labradores para el Cristo con la Cruz a cuestas y cuatro sacerdotes para la Virgen de la Soledad. Ningún hermano que no fuera designado por el prioste «se entrometa a llebar dichos pasos... con lo cual se escusan algunos embaraços y inconbenientes que se an experimentado». Por la solemnidad de esta procesión, era gobernada por un prebendado junto con un capellán y por los oficios seglares de la cofradía con sus varas e insignias.

El recorrido de la procesión del Jueves Santo había cambiado en 1658, «porque con la bariación de los tiempos a abido muchas nobedades en la parte por do a de ir la procesión y no se puede tomar parte fija por ser efecto de hacer buena o mala noche». En todo caso el que quedó establecido fue el siguiente: Puerta de San Valero, girando a la derecha por panda de la capilla de San Pedro a la de San Antonio, pasando por debajo del Monumento y atravesando los dos coros para volver por la capilla de San Miguel hacia la Puerta de los Perdones. Una vez fuera de la Catedral se dirigía por la calle del Mesón del Peso, cruzando la Travesaña Baja para enfilar la calle que sube a la Plazuela de la Cárcel, regresando por la Travesaña Alta hasta el convento de Santiago -como se venía haciendo desde el siglo XVI- y continuar descendiendo por la calle Mayor, atravesar la plaza del Mercado -hoy Mayor-, calle y puerta de Guadalajara hasta desembocar en el Humilladero, en donde quedarían depositados los pasos hasta otro año.

Atendiendo, sin embargo, al conocido mal tiempo que de ordinario hace en Sigüenza durante la Semana Santa y en previsión de ello se estableció que «si el tiempo fuere resfriado y que no pueda la procesión ir por las calles referidas, de dos bueltas por la iglessia y al acabar la segunda salga por la puerta de los Perdones y baia por la puerta de Guadalajara al Humilladero desde donde se acabe la procesión y queden alli las ynsignias yendo todos los hermanos de reserba con sus achas no pudiendo ir los de disçiplina por la refria. Y porque puede ser que no solo sea la noche resfriada sino tanbien lloviosa que no se puedan llebar aquella noche las insignias al Humilladero como esta determinado y conbiene por escasar la procesión del Viernes por la mañana, se ordena que acabadas las dos bueltas buelban las insignias al Palacio en procesion donde se acabe y se queden allí, y lleben el Viernes santo por la mañana y se encarga a todos acudan y el que lleba el estandarte tome orden del Sor. Abbad por donde ha de ir en la conformidad deste estatuto y el dicho Sr. Abbad no ha de alterar lo contenido en este conforme el tiempo y todos an de ir por la parte que destas elijiere».

Las Constituciones de 1726 recogieron, en lo sustancial, lo dispuesto en los textos anteriores, lo cual induce a pensar que esta procesión es la que menos variaciones ha sufrido durante el transcurso de los años. Respetando este sentido conservacionista de la tradición, los hermanos continuaban con la obligación de presentar, en el momento de reunirse anterior a la procesión, la cédula de comunión, considerando sus redactores que «por quanto por diversas Constituciones antiguas esta ordenado y en practica que así para que los Hermanos vaian en estado de grazia en la Procesión de la tarde de el Jueves de la Zena, como para averiguar los que faltan al cumplimiento de su obligación, sean obligados a llevar cada uno la zedula de comunión con su nombre escrito, y considerando lo probechoso que es para uno y otro fin por la presente confirmaron el dicho statuto». En la tarde del Jueves Santo, el muñidor avisaría por todas las calles de Sigüenza la obligación que tenían los hermanos de acudir a la procesión con puntualidad, de manera que antes de iniciarse el sermón estuvieran todos reunidos en la Capilla de San Pedro.

Las autoridades de la cofradía comprobarían que cada hermano lego de reserva acudiera a la procesión con su hacha de cera, o si fuera de disciplina con su túnica blanca y «todo lo demás para disciplinarse», es decir, el azote. Los hermanos de hacha o reserva irían saliendo de la Capilla de San Pedro, una vez terminada la plática de la disciplina, y los pasos conforme al orden con el que salieron del Humilladero. Por tanto, el orden de la procesión venía ya marcado por la celebrada el Domingo de Ramos, aunque el texto normativo lo precisaba al disponer que «debe ordenarse como piden los Misterios a que se dirige», tanto los espirituales como los seculares. Los hermanos de luz formarían dos filas por ambos lados del cortejo, mientras que «los de disciplina irán en el centro de la procesión disciplinándose».

 

El recorrido procesional se redujo porque el anterior era excesivamente duro. Una vez fuera de la capilla de San Pedro daría dos vueltas a la Catedral, de donde saldrían por la puerta de los Perdones, enfilando la calle de Guadalajara hasta desembocar en la ermita del Humilladero, donde quedarían los pasos hasta el año siguiente. Las Ordenanzas incluyeron la misma previsión que tuvieron los redactores de constituciones anteriores, ya que debido a la climatología seguntina y a la variación de las fechas en las que se celebra la Semana Santa, «puede ocurrir que la tarde en que se celebra dicha Prozesión sea rigurosa de tiempo, o por nieves o llubia que impidan el poder bajar al Humilladero». La solución fijada enlaza con la costumbre, porque en este caso se darían tres vueltas por el interior del recinto catedralicio en la noche del Jueves Santo, con inicio y término en la capilla de San Pedro. El Viernes Santo por la mañana y con toda solemnidad se bajarían los pasos al Humilladero con la asistencia de todos lo hermanos, aun cuando «el que lleve el estandarte tomara el orden de el Sr. Abad para que juzgue si puede o no salir la procesión y según lo que determinare así se ará». Cabe recordar que ha habido años de extremo calor frente a otros en los que parte de la procesión del Viernes Santo se ha desarrollado bajo una ventisca de nieve, o con un persistente frío helador capaz de hacer mella en los propios armados a pesar de la protección de su traje.

 

 

 

Con extrema concisión, las Constituciones de 1867 se limitaban a indicar que la cofradía celebraría la procesión del Jueves Santo por la tarde «después del (sermón del) mandato» llevando las imágenes de la Catedral al Humilladero. En la última década del siglo XIX comenzó a ser habitual que algunos hermanos ofrecieran dinero a la Cofradía para poder bajar el Jueves Santo la imagen de la Dolorosa, aunque los demás pasos casi siempre fueron llevados por hermanos de carga. Para los restantes miembros de la Cofradía se estableció que «en las procesiones fuesen los hermanos al lado de las Santas Imágenes con las luces encendidas, para lo cual se pasará lista de antigüedad para hacer saber a todos los hermanos a qué imagen les corresponde acompañar». Siempre fue y es un problema la colocación de los asistentes a las procesiones junto a los pasos, cuestión que se volvería a reiterar años después ya que «con objeto de que en las procesiones de Semana Santa fueran las Imágenes acompañadas con luz, el señor secretario pasará una papeleta a cada hermano diciéndole a qué paso había de acompañar con luz, así como también designará que hermano había de ir delante de los pasos con la insignia».

En 1903 se dispuso que «las procesiones se hicieran como todos los años, a excepción de la de Jueves Santo, que se acordó que se celebre el Viernes Santo, después de los Oficios divinos de la Sta. Catedral por la mañana, siempre que no estubiese en oposición con lo dispuesto en las Constituciones, y después de haberlas leído detenidamente se vio que el art. 4º dice que la referida procesión se haga el Jueves Santo por la tarde después del Mandato». Ello no fue impedimento para que la procesión del Jueves Santo se trasladase a partir de 1907 a la mañana del Viernes Santo, después de acabados los oficios, entre la Catedral y la ermita del Humilladero, «y que esto es ya para los años sucesivos con objeto de de que no sea tan precipitada la procesión como se hace la generalidad de los años, y que a esta procesión asista por este año media Capilla como a la del Domingo de Ramos».

 La llegada de los nuevos pasos entre 1907 y 1910 planteó algún problema de organización interna entre los armados. En este ultimo año se buscaron voluntarios para llevar el paso de la Crucifixión, tan sólo aparecieron cuatro de la Vera Cruz y uno del Santo Sepulcro, «pero como a pesar de todo no resultaran suficientes armados para llevarlo, puesto que se necesitan doce, se determinó ver si salía alguno más voluntario hasta el domingo antes de Domingo de Ramos… y si no los había se procedería a sortear entre todos los hermanos, excepto los que habían ofrecido dinero para bajar la Virgen el Viernes Santo, pues estos no sortearían». Al final salieron ocho voluntarios, pero se acordó que «el día de San José, o sea el anterior a Domingo de Ramos, hubiera otra Junta para formar las parejas que habían de llevar la Santas Imágenes». La adquisición de las nuevas imágenes y la situación de la ermita del Humilladero fueron las circunstancias que obligaron en 1910 a cambiar el destino final de la procesión, optándose por la iglesia de los Huertos».

En 1928, el obispo seguntino daba cuenta desde las páginas del Boletín Oficial de la Diócesis de lo sucedido en la procesión del Viernes Santo de dicho año. A las seis de la mañana acudían los hombres a oír el sermón de la Pasión, «sin que esto sea obstáculo para que después asistan a los divinos Oficios y a la procesión de la Vera Cruz que, desde la Catedral se traslada con toda solemnidad a la Iglesia de los Huertos». Esta debía celebrarse a temprana hora, porque «sin quedar apenas tiempo para la comida» a las dos de la tarde se celebraba el sermón de la Agonía en la iglesia del Seminario. No obstante, ese Viernes Santo de 1928 la procesión se hizo a las cinco de la tarde, desde la Catedral a los Huertos, «por no haberse podido hacer por la mañana a causa de la lluvia».

El número del 25 de abril de 1935 del semanario SIR detallaba que «los cultos de Semana Santa han estado concurridísimos de fieles, sin registrarse el menor incidente, y la bondad del tiempo contribuyó a su mayor esplendor; aunque no muchas, ha habido mantillas, lucidas por preciosas muchachas que no desprecian ocasión compatible con la religiosidad de estos días, para mostrar su garbo y gentileza».

En la Petición formulada por los presidentes de las Cofradías de la Vera Cruz y Santo Entierro solicitando permisos para salir las procesiones de Semana Santa al alcalde, fechada el 25 de marzo de 1936, por ser la autoridad gubernativa que tenía atribuida por la legislación republicana la autorización para permitir la realización pública de manifestaciones religiosas por la ciudad, se solicitaba licencia para celebrar la procesión «el día de Viernes Santo, a las once de la mañana desde la Catedral a la Iglesia de Nuestra Señora de los Huertos por las calles de Cardenal Mendoza, Pablo Iglesias y Conde de Romanones», prometiendo que por parte de los cofrades no se daría el menor motivo de alteración del orden público. El alcalde manifestó en su providencia el deseo de que salieran las tradiciones procesiones «siempre que se mantenga el orden público», por lo que requirió al capitán de la Guardia Civil que emitiera informe «sobre tan importante extremo», lo que se cumplimentó el mismo 8 de abril. Esta petición es importante, ya que fue la última vez que desfilaron los pasos antes de ser destrozados en los aledaños de la iglesia de los Huertos.

Las procesiones no se reanudaron con normalidad hasta 1942, dando cuenta de la celebrada el Viernes Santo el oftalmólogo Gregorio Iribas a través de una serie de fotografías -de las que hoy se conservan algunos cristales y reproducciones en papel-. Al encontrarse en fase de restauración la catedral la procesión matinal partió de la iglesia de Santa María, prosiguió por las calles Cruz Dorada, Valencia, Humilladero y Paseo de la Alameda, para terminar en la iglesia de las Ursulinas. Procesionaron, por este orden, Jesús con la Cruz a cuestas (Cirineo), la Dolorosa, la nueva Crucifixión y la Virgen de la Soledad de la iglesia de san Vicente o quizá de la capilla del cementerio. Los armaos portaron los pasos de Cristo. Probablemente la Oración en el Huerto todavía no había llegado a Sigüenza desde Olot. A ella continuaron llevándose en años sucesivos, a pesar de que la primera intención fue depositarlos en la iglesia de Nuestra Señora de los Huertos. En 1945 el abad resaltaba ante los hermanos que las procesiones se habían celebrado guardando el orden y con buena compostura. Todavía en 1946 salía de la iglesia de Santa María, aunque al año siguiente lo hizo desde la Catedral, una vez finalizadas las obras de su restauración

Según el programa de la Semana Santa de 1955, el Viernes Santo a las doce de la mañana se devolvían los pasos desde la Catedral por la calle del Cardenal Mendoza -Guadalajara-, Calvo Sotelo -Humilladero- y General Mola -Paseo de la Alameda- a la iglesia de las Ursulinas. En cincuenta años la Alameda seguntina seguía presenciando esta procesión, aunque su final pasara de un extremo a otro: de la ermita del Humilladero a la antigua iglesia de san Francisco, pasando por la iglesia de Nuestra Señora de los Huertos. Celebrándose un Vía Crucis por la tarde, a las cinco y media, tres horas antes de la procesión del Santo Entierro, aunque en 1959 se adelantó a las diez de la mañana y en la actualidad se celebra a las ocho de la mañana.

En 1959 ya consta el desarrollo procesional que se hace en la actualidad. A las doce de la mañana salen desde las tres parroquias los diferentes pasos, guiando la Cruz Verde la que parte desde la iglesia de San Vicente. Los tres recorridos confluyen en la plaza de Hilario Yaben continuando itinerario de costumbre. En aquella época seguían por la calle del Humilladero y Paseo de la Alameda hasta desembocar en la iglesia de las Ursulinas. Es en esta época cuando se incorporan al desfile procesional el paso de Jesús con la cruz a cuestas, El Cirineo, y la Dolorosa que estaban ubicadas, hasta entonces, en la parroquia de san Pedro.

El cambio de sede motivado por las obras de restauración de la iglesia de las Ursulinas obligó a trasladar los pasos a la iglesia de Santa María con el consiguiente cambio de recorrido. En los últimos veinticinco años se han producido dos modificaciones. En primer lugar, tras verificarse el encuentro en la plaza de Hilario Yaben, continuaba por la calle del Humilladero y Paseo de la Alameda, hasta llegar a la puerta central de entrada, para enfilar después por la calles de Medina, Seminario, Valencia y Cruz Dorada. En los últimos años, tras descender por la calle del Humilladero se gira a la izquierda, por la calle de Pío XII hasta llegar al Asilo, donde comienza la subida por la calle de Bajada del Portal Mayor con el fin de llegar a su destino. En el atrio de la parroquia de Santa María se juntan todos los pasos en apretada y espectacular imagen, antes de colocarlos en su interior hasta el Domingo de Ramos del año siguiente.

El año 2010 marcó un nuevo hito en la historia de la Cofradía. Tras varias vicisitudes se consiguió restaurar la ermita de la Venerable Orden Tercera, aledaña al convento de las Madres Ursulinas. El obispo Castán Lacoma la había cedido a la Cofradía para colocar en ella sus imágenes, decisión ratificada por sucesivas autoridades diocesanas. El Viernes Santo, recuperando uno de sus recorridos tradicionales, la procesión matinal concluye en ella. La ermita del Humilladero y la iglesia de Nuestra Señora de los Huertos volverán a ver pasar delante de ellas, como antaño, a los armaos llevando las imágenes de la Pasión de Cristo hasta la que es su nueva, y esperemos que definitiva, sede.

Desde 2014 los armaos que, por diversas circunstancias, han dejado de cargar los pasos, siguen acompañando como eméritos a la procesión en un lugar privilegiado y con un traje distintivo.

 

 

 

 En el siguiente enlace puede contemplarse la procesión matinal del Viernes Santo de 2015 en la calle del Humilladero.

 

 


 

 

Procesión del Santo Entierro

(Santo Sepulcro)

 

 

El año 2012 se cumplió el 375 aniversario de la primera que salió esta procesión de las naves catedralicias camino de la, entonces extramuros, ermita de San Lázaro. Y no se celebró de cualquier manera. Ese año, la talla de Cristo Yacente en su Santo Sepulcro ha sido primorosamente restaurada. Como ha manifestado su restaurador, su policromía es tal que más que un Cristo yacente parece un Cristo resucitado. Magnífica forma de dar brillantez a tan solemne procesión, que es, sin duda, una de las de mayor raigambre en el corazón de los seguntinos.

 

 

La forma de realizar las procesiones de la Cofradía del Santo Sepulcro quedó regulada en el primer capítulo de las Constituciones de 1636, es decir, en las cuatro primeras ordenanzas. En ellas se fijaba la situación cronológica de las festividades, el modo de celebración del Santo Entierro -en cuya regulación no se describe el acto del Descendimiento-, las dedicadas a la Cruz de Mayo y, por fin, la conmemoración de la Exaltación de la Cruz. El motivo o razón última del origen de estas festividades se puede entresacar del fin constitutivo de la Cofradía: conmemoración de la muerte de Cristo y, por ello, del instrumento donde se obró, la Cruz.

 

La más importante solemnidad que celebraba esta Cofradía era precisamente el Viernes Santo, la del Descendimiento y Entierro de Cristo. Para poder realizar esta función -que se celebró por primera vez en 1637- los hermanos por medio de uno de sus cargos elevaba un memorial al Cabildo solicitando la entrada en la Catedral, la celebración del Descendimiento y los ornamentos necesarios. La Corporación capitular siempre accedía a esta solicitud, aunque otorgando tales licencias «por esta vez» cada año.

 

 

De acuerdo con las Constituciones de 1636 el Santo Entierro se celebraba el Viernes Santo por la tarde entre Completas y Tinieblas. Pero la descripción que aparece detallada en aquellas no se ajusta exactamente al desarrollo que sufrió con posterioridad, de manera que del texto escrito a la realidad existieron importantes variaciones desde 1637. Gracias a los memoriales elevados anualmente al Cabildo y a las menciones en las actas de la Cofradía, hemos podido ir entresacando datos de interés para reconstruir cómo se realizaba en realidad esta función religiosa.

 

 

La urna con la figura yacente de Cristo y la imagen de la Virgen de la Soledad se subían desde la Ermita de San Lázaro a la Catedral el Jueves Santo, portando los armados la primera y los hermanos más antiguos la segunda. En la actualidad se suben en la tarde del Miércoles Santo, aunque más que una procesión es un traslado solemne de los pasos, acompañados por el abad, los armados -vestidos con chaquetilla, calzón y medias negras, camisa blanca y faja negra- y numeroso gentío. Ambas Imágenes quedaban depositadas delante del altar de San Martín, lugar donde tiempo después se levantaría el altar de la Virgen de la Mayor.

 

 

 En la tarde del Viernes Santo, la figura yacente de Cristo era izada hasta una cruz instalada al efecto delante del altar del Trascoro. La posibilidad de realizar esta operación es evidente puesto que la imagen posee una articulación en sus brazos, ayudándose para tal menester de los huecos destinados a los clavos que tiene en manos y pies, incluso de una hembrilla en la espalda.

 

Al tiempo que se cantaban las Tinieblas, se comenzaba a realizar el Descendimiento para instalar la figura de Cristo en la urna, adornada con un dosel, candelabros y otros ornamentos. Quizás uno de estos ornamentos era el tapiz descubierto hace algunos años por miembros de la Asociación de Amigos de la Catedral, durante unas tareas de limpieza, y usado en la actualidad para el Monumento instalado en la Parroquia de San Pedro el Jueves Santo. Este tapiz que representa, precisamente, un descendimiento tiene unas dimensiones parecidas a la parte central del altar de la Virgen de la Mayor, donde se hacía el Descendimiento, pudiendo servir, en nuestra opinión para tapar esa parte del retablo barroco.

 

El acto de realizar la bajada del Cristo a la urna correspondía a un diácono y a un subdiácono, ambos clérigos mercenarios. Una función similar se sigue celebrando en algunos pueblos de Zamora -donde destaca la que realiza la Cofradía de la Santa Cruz de Bercianos de Aliste- o en la propia capital de Salamanca, entre otros muchos lugares. Se ha explicado este simbólico acto del Descendimiento dentro del marco de las representaciones dramáticas de la Pasión.

 

Son interesantes las indicaciones que hizo la Corporación catedralicia en 1768 para regular el desenvolvimiento de los actos que se debían celebrar dentro del templo: la procesión debía salir de día; el tablado para hacer el Descendimiento debía cerrarse por fuera, de modo que ninguno pudiera entrar o situarse debajo de él; las trompetas no debían tocar ni entrar en la Iglesia hasta la procesión; se daría cuenta al Provisor con el objeto de que el fiscal rondara la tarde del Viernes Santo en la Catedral, además de nombrar una ronda de dos canónigos «que con la formalidad acostumbrada velen y celen desde Completas hasta que se acabe la función del Descendimiento».

 

El Descendimiento fue prohibido por el obispo Juan Díaz de la Guerra, en su auto de 3 de marzo de 1780, obligando a que sólo se predicara el sermón, tal y como sucede en la actualidad. Esta decisión episcopal la fundamentó en los perjuicios ocasionados por «las representaciones hechas al vivo por la mucha concurrencia de la gente, confusión y griterío que tales representaciones causan, y siendo de esta naturaleza el Descendimiento que el Viernes Santo en la tarde se hace en el trascoro de Ntra. Sta. Iglesia Catedral al tiempo que se cantan las Tinieblas, perturbándolas la confusión, ruido y grita, que Nos mismos experimentamos el año pasado». Esta drástica prohibición por un obispo andaluz de una tradición centenaria propia de nuestra ciudad, haría que la Cofradía entrara en un período de crisis.

 

 

La definitiva resolución del pleito que se siguió a tal efecto ante el Tribunal Eclesiástico de la ciudad, permitió que a partir de 1797 volvieran a celebrarse las procesiones de Semana Santa -nunca más la función del Descendimiento- con la condición de que se hicieran de día, permitiendo decir un sermón delante de ambos pasos y del altar de la Virgen de la Mayor. Esta es la práctica que se sigue en la actualidad, siendo tradicional invitar a pronunciar el sermón a clérigos destacados.

 

Estaban obligados a asistir a estas celebraciones todos los hermanos, quienes estaban avisados desde el cuarto domingo de Cuaresma. Además, ha sido habitual la concurrencia del prelado, los miembros del Cabildo catedral, las autoridades municipales y numeroso gentío. Los canónigos fueron obligados en ocasiones a asistir con sus capas; y, los frailes franciscanos «que pues a cualquier entierro van de limosna, a este que significa el de Cristo Nuestro Señor Redentor y Maestro, también irán». En 1880 Manuel Pérez Villamil publicó, en La Ilustracíón Católica, una crónica del Viernes Santo en la Catedral de Sigüenza que permite enlazar la antigüedad con el presente, acompañada de un dibujo alegórico.

 

 

Durante el sermón ha sido tradicional que los armados dieran guardia al Sepulcro con sus lanzas. Terminado el Descendimiento o la plática, se iniciaba la procesión dando la vuelta a la Catedral, perfectamente formada. Después continuaba hasta la ermita de San Lázaro por el trayecto que, aunque no aparece descrito en las Constituciones de 1636, ha mantenido la tradición, es decir, bajando por la Calle de Guadalajara, atravesando la Puerta de este nombre y la calle que hoy se llama Villaviciosa.

 

La belleza del recorrido de la procesión durante los siglos XVII a XIX debía ser indescriptible, porque abandonaba la Ciudad por la Puerta de Guadalajara, pasando delante de la Universidad, hasta llegar a la Ermita que se hallaba a cierta distancia de las murallas. Si a ello añadimos que durante muchos años se hizo de noche -como ahora y a pesar de las prohibiciones- y que los hermanos llevaban sus hachones de cera, el singular espectáculo no sólo debía ser tenebroso, sino de un recogimiento intenso y profundo.

 

 

El desfile procesional lo abría la Cruz, portada por un hermano lego con túnica negra, acompañado por otros los dos hermanos más modernos de la Cofradía, vestidos de igual manera y con hachas de cera. Tras la Cruz se situarían las personas que, no siendo hermanos, desearan azotarse por su devoción, vestidos con túnicas blancas unos, y con negras otros -personas cuyo número esperaba la Cofradía fuera grande-. Seguirían dos cajas adornadas de luto, con ritmo destemplado y "han de ir a marchar", debiendo ir los que las tocaran con túnicas cubiertas. Después de los tambores, si hubiera posibilidad, se colocarían dos maceros con ropas negras.

 

Inmediatamente se situarían los hermanos sacerdotes arrastrando sendos estandartes -aunque el número de estos variaría quedando fijado en tres-. Estos estandarteros tenían la posibilidad otorgada por las Constituciones de 1636 de invitar a otras personas, bien clérigos bien seglares, para que les acompañaran, colocándose entre las cajas y los estandartes, que siempre irían los últimos. Después serían seis alumbrantes los que acompañaban a los estandarteros.

 

 

Continuaría el orden de la procesión con los hermanos legos a dos coros (bandas) con su túnica negra, su hacha y situados según el orden determinado por la antigüedad en el ingreso en la Cofradía. Se preveía que entre ambas bandas se situaran unos niños, vestidos de ángeles, portando cada uno de ellos un paso de la Pasión con el adorno preciso. Luego se situarían los Padres franciscanos, que puesto que iban a cualquier entierro de limosna, al de Cristo con mayor motivo. Para que se cumpliera esta previsión se les invitaba a asistir y se les entregaba una limosna.

 

Inmediatamente marcharían los sacerdotes también en dos coros con sobrepellices y estolas negras, colocándose por su antigüedad, aunque esto último quedaba a voluntad del abad, quien podía modificar este orden. Asimismo, si la disposición económica lo permitiera, se pediría el acompañamiento de la Capilla de la Catedral delante del Sepulcro y en medio de los hermanos clérigos.

 

 Según las Constituciones de 1636, en el centro de los sacerdotes y flanqueándolo habría de ir el paso del Santo Sepulcro, con el mayor ornato y devoción posibles, cubierto de negro hasta el suelo -se dispuso que la tela debía arrastrar- llevado por dentro por cuatro, seis o los hombres que fueran necesarios, sin que se les viera y recibiendo un salario por este trabajo. Irían gobernados, a tenor de la constitución primera, por quien se determinara, si bien ya he mencionado los problemas para saber a quién le correspondió -procurador o sochantre-. Por fin, para mandar el Sepulcro se nombró un jefe de armados, al que corresponde dar los oportunos golpes de parada y marcha, cuestión a la que aludimos más arriba.

 

 

A pesar de lo que acabamos de señalar, los armaos se hallaban en la posesión inmemorial -según se decía a comienzos del siglo XIX- de llevar el Santo Sepulcro. Destaca el modo de llevar la Urna, con el conocido ritmo de paso de armado. Se trata de un paso corto, rascando el pavimento, mezcla de penitencia y solemnidad. Al raspar con la suela de los zapatos el suelo se produce un sonido especial bien conocido por los seguntinos, que es más apreciado en las curvas cuando el paso gira sobre sí mismo.

 

Hay que tener presente que una vez adquirido el paso de la Virgen de la Soledad, este se situaría tras la Urna, portada primero por cuatro clérigos mercenarios, más tarde serían cuatro hermanos y, por fin, cuatro armados pero vestidos con calzón y chaquetilla negra, camisa blanca y faja roja. Frente al modo de llevar el Sepulcro a paso de armado, el paso de la Virgen de la Soledad es bailado o mecido, con un ligero movimiento de balanceo mientras se avanza. Las mujeres rodean a la Virgen, entonando diversos cánticos.

 

 

Por fin, cerraría la procesión el abad de la Cofradía, vestido con su capa negra. Todos los clérigos irían cantando en tono bajo, con el beneplácito del Capellán Mayor de la ciudad, el Miserere Mei Deus. Además, se dispuso en las Constituciones la obligación de pedir a las autoridades concejiles su asistencia a la procesión. Junto a ellas se situaría el numeroso gentío que siempre ha acompañado esta procesión, aunque algunos aguardarían delante de la Ermita o en las barandillas del Seminario, como hoy día se hace.

 

 

 Al llegar a la puerta de la Ermita de San Lázaro -hoy de la iglesia del Asilo- se colocan dos paños negros en el suelo, extendidos delante de ella, justamente donde parará el jefe de armados el Santo Sepulcro. Hecho el silencio, el hermano de vela a quien corresponda por turno de antigüedad, dará tres golpes secos en aquella. Desde dentro se preguntará ¿Quién?, se contestará ¡Jesús el Nazareno, Rey de los judíos!, a lo que se replicará: ¡Que pase Jesús el Nazareno, Rey de los judíos! Abiertas las puertas se dejan depositados ambos pasos en su capilla y concluye la procesión. Después los hermanos se reunían y reúnen en la colación.

 

Antes de terminar, quisiéramos resaltar que, además de la supresión ya mencionada del Descendimiento por el Obispo Juan Díaz de la Guerra, que provocó que entre 1783 y 1797 no se celebraran las procesiones; otro tanto sucedió durante 1810 y 1814 «por la invasión de los enemigos, los franceses»; y en los años de la última contienda civil.

 

 

En 1924 el poeta Luis Lozano escribía en Alma Ibérica una sentida descripción de esta procesión, que tan bien conocía: «Oscuridad, severidad, tristeza... El alma de Sigüenza, enlutada como una viuda, hase postrado ante el catafalco monumental -erigido en medio de la catedral-, que tiene por icono un cráneo amarillento y dos tibias en X, escoltado por cuatro blandones erectos... Y empieza el obituario. Pónese en marcha el funeral cortejo. El arcaico féretro, ornado con plumeros de fibras de cristal, es conducido a hombros de soldado romanos, de armaduras fulgentes y lanzas que terminan en una flor de lis... Un piquete de gala da escolta al ataúd, cuya urna deja ver el cuerpo amoratado de Nuestro Señor... Luego, la angustiada imagen de la Soledad. El fantasmal cortejo recorre las ensombradas naves del templo. Y sale... La ciudad toda se ha volcado hacia esta parte. Todos sus anhelos y sus curiosidades se han fijado ahora en un punto: en la puerta de arco -cerrada- de la iglesia del Asilo, que la liturgia ha hecho en este momento tapa del sarcófago que ha de recibir al sacro yacente... Y tres recios golpes de lanza suenan sobre la puerta. Dos silencios. Al tercero, un ruido: ¿Quién va? Y el sayón contesta: Jesús de Nazareno, rey de los judíos... Las puertas se abren y la multitud frenética exhala las ansias contenidas de su alma estrujada de emociones.

 

 

 

 

 

 

 

 Un amplio reportaje de la procesión del Santo Sepulcro de 2014 se puede ver a continuación.

 

 

 

 El final de la procesión de 2019 se puede visionar en el siguiente enlace:

 

 

 

 

 

© Pedro Ortego Gil.

Antonio López Negredo.

Lorenzo de Grandes.

José María Cantarero.

Javier Sanz Serulla.

José A. Domínguez Cañamón.